La Brasil de Pelé, Jairzinho, Tostão o Rivelino maravilló de tal manera en el Mundial de 1970, que a algunos les cambió la vida. Y no es una forma de hablar. Es el caso del narrador de esta novela, un mexicano que se mudó a Río de Janeiro porque de niño había quedado fascinado con aquella selección. Fue el principio del fin. Juan Pablo Villalobos, escritor consagrado, Premio Herralde por No voy a pedirle a nadie que me crea, se calza las botas de fútbol para contar una historia imposible sobre delirios de grandeza y promesas de felicidad. Todo cocinado con la receta habitual del autor: prosa afilada, sentido del humor y giros inesperados. Y las ilustraciones inconfundibles de Julio César Pérez. Que empiece el jogo bonito.
«Quizá la única posibilidad que tengo de llamar la atención es no dejar de tocar los cojones». M. M. es romano, futbolista profesional y militante del grupo de izquierda extraparlamentaria Lotta Continua. Juega en un equipo de la Serie A cuyo capitán se declara nacionalista y conservador. Alérgico a las jerarquías del vestuario, rebelde, incendiario, M. M. es un jugador peculiar y un personaje polémico y controvertido. Un día, declara en una entrevista que el aficionado es «un mierda» que le hace el juego al sistema; otro, trata de organizar un sindicato. Y, andando el tiempo, M. M. llegará a convertirse en el testigo clave del mayor escándalo de amaños y apuestas destapado en su país hasta la fecha... Pero quizá M. M. no cuente toda la verdad. Repudiado y dos veces lesionado de gravedad, se verá obligado a retirarse con solo veinticuatro años sin por ello dejar de brindar ocasiones para que se hable de él, aunque como narcotraficante. Importa cuatro toneladas de hachís, su bote se hunde con la carga, es detenido, consigue escapar y desaparece para siempre, aunque en realidad no esté tan lejos.
Esta novela apasionante reconstruye la increíble historia del futbolista de la Lazio Maurizio Montesi, un personaje contradictorio y atormentado, espejo de una época y encarnación de un fútbol muy alejado de la gomina y los tatuajes.
«En Italia todo va bien siempre y cuando no se digan nombres ni se ataque el fútbol. Hice ambas cosas».
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